¿Qué se hace cuando pierdes a alguien?
El diccionario define “duelo” como “dolor, aflicción o sentimiento de pérdida” (RAE). Esta definición no solo se limita a la pérdida de un ser querido, también se puede referir al sentimiento social que nace cuando hay vidas perdidas en desastres naturales, atentados o conflictos entre cárteles. La gente también se duele por la pérdida de relaciones cercanas, o de carreras universitarias; incluso por la pérdida de la juventud y la inocencia. Estas experiencias no son ajenas a la experiencia humana que todos compartimos.
Aquellos que han vivido lo suficiente conocen bien el duelo y saben que es una parte inevitable de la vida. No podemos evitar sentir el dolor de perder a un ser querido, pero podemos escapar de la destrucción que este puede causar.
Cuando ministro a personas que están experimentando esta clase de dolor, primero les recuerdo que no son los únicos que han perdido a alguien. Personalmente, creo que esto es algo muy importante de recordar, ya que una de las mentiras más comunes del diablo es hacernos creer que nadie entiende lo que está pasando en nuestro interior. De hecho, se han escrito canciones que mencionan esta mentira, con letras como: “Nadie sabe el dolor que siento, nadie conoce mi pena”.
La Escritura es muy clara al respecto: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana” (1 Cor. 10:13). Cualquier situación de pérdida que hayas experimentado, no solamente la comparten un par de personas más, sino que es una experiencia común para cada ser humano. Algo muy importante que debemos entender, es que, si Satanás puede hacernos creer que nuestra situación es única, automáticamente nos alejaremos de toda ayuda, y por mucho que otros traten de ayudarnos, seguiremos estando fuera de su alcance, porque permitimos que esta mentira construya una fortaleza en contra de los demás: “tú no has perdido a nadie y no puedes comprenderme ni ayudarme”.
Para poder sanar y superar este sentimiento de pérdida, debemos entender que necesitamos de otras personas en estos momentos de dolor y sufrimiento. La autocompasión y otras cosas destructivas del duelo solo pueden prosperar cuando la persona se aleja de quienes pueden ayudarle. Cuando nos damos la oportunidad de exponernos a la alegría y el gozo de otras personas, los efectos negativos del duelo comienzan a desaparecer, justo como lo dice Proverbios 17:22: “El corazón alegre constituye buen remedio; Mas el espíritu triste seca los huesos”. Si Satanás puede aislarte de los demás, así como lo hace un lobo al separar a una oveja del rebaño, serás una presa fácil.
Justo después de que el Apóstol Pedro mencionó que el diablo anda como león rugiente (1 Ped. 5:8) escribió lo siguiente, “al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Ped. 5:9). Pedro escribió que podíamos consolarnos, al saber que otros hermanos están experimentando las mismas situaciones que nosotros.
En los primeros días de nuestro ministerio, la mayoría de las personas se alejaban de nuestras reuniones, esto era algo que me costaba aceptar y provocaba dolor en mi corazón. Justo en esa temporada asistí a una de las primeras conferencias de Kenneth Copeland.
Él rentó un gran auditorio en Fort Worth, Texas por tres días. Este edificio tenía una capacidad para 3.500 personas, pero solamente asistieron unas 100 o 200 personas, máximo. Cuando vi a Kenneth experimentando la misma situación que yo estaba pasando, me animó mucho. No me alegré de que muy pocas personas asistieran a sus reuniones, sino que me animó saber que alguien más, que estaba compartiendo el mismo mensaje que yo, pasaba por las mismas dificultades.
Quienes están experimentando la pérdida de alguien o de algo, necesitan ver que otros están pasando por cosas similares y están sobreponiéndose a estas situaciones. Cualquiera que niegue que puede recibir ánimo y esperanza de ver a otros que han pasado por circunstancias similares y han seguido adelante con sus vidas, tendrá muchas dificultades para experimentar la victoria en esta área de su vida.
Otra cosa que puedo compartirte acerca de cómo superar la perdida de alguien es que el tiempo de duelo es algo temporal. Una de mis frases favoritas de la Biblia es: “Pasará”. Ninguna tragedia es permanente, incluso la muerte es solo una separación temporal.
Esto es exactamente lo que el Apóstol Pablo escribió para consolar a aquellos que habían perdido a quien amaban. En 1 de Tesalonicenses 4:13-18, escribió: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.”
Para los creyentes, la muerte no debe ser una separación permanente. Sencillamente es una separación temporal, tenemos la promesa de que nos reuniremos con aquellos que han partido de este mundo. Recordar esta promesa (1 Tes. 4:18) traerá consuelo e incluso puede motivar a una persona a seguir adelante cuando se encuentre en duelo.
Poner todas nuestras tragedias a la luz de la eternidad también minimiza su impacto sobre nosotros. La mayoría de las cosas por las cuales experimentamos dolor serán olvidadas en el transcurso de un año. Si comparamos estas tragedias con la eternidad, todas y cada una de ellas serán olvidadas a medida que recibimos el amor y consuelo del Señor. Romanos 8:18 dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.”
Pablo experimentó más persecución que cualquiera de nosotros; esta no solo involucró tormento físico sino también un tormento emocional que no podemos imaginar. Él describió sus aflicciones como ‘ligeras’ debido a que son “momentáneas” (2 Cor. 4:17). Después de pasar un millón de años en la presencia del Señor, todas las dificultades y tragedias de esta vida parecerán nada, y esta es una verdad en la que podemos confiar y descansar.
En una ocasión, una mujer se acercó a mí para que orará por ella, antes de orar comenzó a contarme acerca de su terrible situación, ella estaba pasando por su cuarto divorcio, y no creía poder sobrevivir a otro. Me explicó que no era creyente, pero sabía que la oración funcionaba y por eso me pedía que orará por ella.
Lo primero que le dije fue: “Déjeme ver si entiendo, usted no es creyente y sabe que si no cree en Jesús usted se dirige al infierno; ¿y aun así quiere que ore por su matrimonio y no por su salvación?” Ella me respondió: “Sí”. A lo que le respondí: “Cuando estés ardiendo en el infierno por más de mil años, te aseguró que no recordarás si estuviste casada o no, tu matrimonio no es la cosa más importante en este momento, ¡necesitamos orar por tu salvación!” Ella accedió, y ¡tuve el privilegio de guiarla al Señor!, al final oramos por su matrimonio.
Dios se interesa por nuestros matrimonios y quiere que tengamos buenos matrimonios, pero si lo comparamos a la luz de la eternidad, nuestro matrimonio no es la cosa más importante. Esta verdad ayudará a aquellos que han experimentado sufrimiento en sus matrimonios.
En la actualidad, muchas personas han exaltado muchas cosas a un nivel de importancia que refleja lo temporal de su mentalidad. Cuando pensamos en todo lo que nos espera en la eternidad, nuestros problemas se reducen de manera considerable.
Personalmente, la cosa más importante que le ministró a aquellas personas que están pasando por un momento de pérdida es que Dios no es el que causó su perdida. Creo que compartir esto es sumamente esencial. Cualquier persona que crea que Dios es la causa directa de su perdida, o que indirectamente permita que suceda, está destinado al fracaso y la derrota.
Muchas personas se sorprenden de esta última declaración, debido a que hay una enseñanza equivocada en la iglesia, la cual dice que nada sucede sin la aprobación de Dios. Esto promueve la imagen de que Dios tiene un gran escritorio en los cielos, todas las órdenes se originan de ahí y Dios es quién da su sello de aprobación a cada orden que llega a Él. Esta no es la realidad, muchas cosas suceden sin que Dios intervenga en cada una de ellas.
2 Pedro 3:9, dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. No hay nada más claro que eso. Dios no quiere nadie perezca, pero lo hacen. Incluso Jesús dijo que la mayoría de las personas entraría por la puerta ancha que lleva a la destrucción, en lugar de la puerta estrecha que lleva a la vida eterna (Mateo 7:13-14). Esto va en contra de la voluntad de Dios, no es Dios quién envía a las personas al infierno y también es incorrecto decir que Dios lo permite.
El Señor ha hecho todo lo posible para evitar que vayamos al infierno, envió a Su Hijo unigénito a la Tierra para perdonar nuestros pecados. Envió a Su Espíritu Santo para convencernos de pecado y guiarnos a Él. Ha enviado obreros a nuestras vidas para que nos hablen del evangelio, cualquier persona que este camino al infierno tendrá que superar todos estos obstáculos para llegar a allí. No es Dios quien permite que vayan al infierno, es el libre albedrío de las personas lo que las lleva a ese lugar de destrucción.
Creer que es Dios quién causa o permite las tragedias que nos causan dolor y perdida, produce actitudes erróneas respecto a Dios. Una de ellas es que las personas tienen una mala impresión de Dios y lo rechazan.
Acabo de estar con un hombre que estaba luchando por su vida, este hombre ha estado al borde de la muerte en varias ocasiones. El creía que el Señor estaba permitiendo todo esto para enseñarle algo, atribuía su enfermedad al Señor.
Su esposa estaba tan dolida por ver sufrir a su esposo que una raíz de amargura en contra de Dios creció en su corazón, y ya no tenía ganas de ir a reuniones de sanidad con él, su esposo no podía entender el porqué de esta actitud. Le dije que si yo fuera su esposa y pensara que Dios estaba destruyendo a la persona que amaba, yo también estaría amargado con Dios. Eso es lo que les ha pasado a muchas personas.
Hay dos personas muy famosas, que son conocidas, las cuales han testificado de esta verdad. Ellos han dicho que su rechazo en contra del Señor provino de personas que ellos amaban que murieron o sufrieron, y la iglesia les dijo que esto era la obra de Dios. Ellos admitieron que su corazón estaba en contra del Señor por esta situación; y ellos han influenciado a muchos otros a hacer lo mismo.
Todo esto es resultado de que los cristianos atribuyan incorrectamente a Dios una soberanía que le hace responsable de todo lo que sucede. Eso no es lo que enseña la Biblia. En situaciones que causan dolor, es muy reconfortante saber que Dios no es el autor ni el que permite las tragedias. El Señor no observa indolente nuestro sufrimiento desde lejos, sino que se conmueve con nuestro dolor (Heb. 4:15) y ha enviado a Su Espíritu Santo para consolarnos en cualquier prueba que podamos enfrentar (2 Co. 1:3-4).