Reconciliación
Lucas 12:56-59
Cuando vayas al magistrado con tu adversario, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel.
Lucas 12:58
Jesús estuvo hablando sobre relaciones personales antes de dar esta parábola. La advertencia es clara: debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder para estar en paz con todos (Rom. 12:18). Las consecuencias de no resolver nuestras diferencias van más allá de un castigo o de la prisión física.
Las disputas pueden producir prisiones espirituales y emocionales. Santiago 3:16 dice: “Donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. La depresión, el miedo, la soledad, la amargura, la enfermedad, los problemas financieros y muchas otras cosas pueden convertirse en prisiones de las que no seremos liberados hasta que nos reconciliemos con otros.
El diccionario dice que reconciliarse significa “restablecer la amistad; arreglar o resolver una disputa”. La clave de la reconciliación es tratar eficazmente con la enemistad, la mala voluntad, el odio o la hostilidad que causaron el conflicto. Hay varios enfoques que pueden aplicarse a la reconciliación. Por ejemplo, si hemos ofendido a alguien con una palabra ‘poco amable’, podemos disculparnos. Si debemos dinero a alguien, podemos pagar la deuda. Si hemos hecho algo para dañar a alguien, podemos hacer la restitución necesaria. En todos los casos, la reconciliación consiste en abordar la raíz del conflicto.
El conflicto entre Dios y tú era el pecado, pero Él tomó la iniciativa de eliminar esta barrera a través de la sangre de Jesucristo, y nos unió como amigos nuevamente. Fuiste reconciliado con Dios por la muerte y resurrección de Jesús. Ahora tú también eres ministro de la reconciliación (2 Co. 5:18). Hoy eres ungido por Dios para reconciliarte con aquellos con los que has tenido conflictos, y para llevar a otros a reconciliarse con Dios a través de Jesucristo.
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