Caminando por Fe 

Cada año en Charis tenemos un evento llamado “Expand Your Vision Weekend”(Fin de Semana: Expande Tu Visión); y en una ocasión durante este evento mientras adoraba al Señor, supe en mi corazón que el Señor había entrado al auditorio. No lo sentí, sólo lo supe. Yo sabía que Él había entrado al auditorio por la puerta delantera izquierda y estaba justo en frente del escenario. Permaneció un momento a mi lado, luego se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo central hacia el fondo de la sala. 

  

Sé que el Señor prometió que siempre estaría con nosotros y, de hecho, vive dentro de nosotros. Pero había una manifestación tangible de su presencia. En pocas palabras, creo que lo que llamamos unción no es más que una manifestación de lo que ya es cierto en el reino espiritual. El Señor siempre está con nosotros, pero su presencia no siempre se manifiesta tangiblemente. En esta ocasión decidió hacerlo. 

  

La presencia del Señor era tan real, que abrí mis ojos para mirar y ver si podía verlo. En unos momentos, la gente comenzó a arrodillarse y a adorar al Señor en la misma secuencia en que yo lo había sentido caminar por la sala. La gente se regocijaba y lloraba en voz alta. Fue un tiempo poderoso de estar en la presencia tangible del Señor. 

  

Pero aquí está lo que fue tan especial para mí: No vi ni sentí físicamente nada extraordinario. No lo necesitaba. Lo supe por fe. Por medio del Espíritu, supe lo que estaba sucediendo antes de abrir los ojos y ver cualquier confirmación del Señor moviéndose mediante la reunión y tocando a la gente. Estaba tan satisfecho de saber estas cosas por el Espíritu, tanto como si hubiera estado físicamente abrumado e inmovilizado en el suelo bajo el poder del Espíritu Santo. 

  

A medida que la reunión continuaba, había muchas personas tocadas por la presencia manifiesta del Señor. Fue uno de esos momentos en los que la gente quiere construir tres tabernáculos y acampar allí (Mt. 17:4). Aunque disfruté mucho de toda la experiencia, he llegado al punto en que mi fe es tan real, ya sea que se manifieste o no; que no necesito del sentimiento que confirma lo que mi fe cree. 

  

Esa noche prediqué sobre Lucas 24, donde los dos discípulos de Jesús caminaban rumbo a Emaús. Mientras caminaban por el camino, Jesús resucitado se les unió, pero ellos no lo reconocieron. 

  

La escritura dice: 

  

"Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen".  

Lucas 24:15-16 

  

Estos eran discípulos de Jesús; sin embargo, no lo reconocieron. ¿Cómo podía ser eso? ¿Cómo es posible que no reconocieran a una persona con la que habían convivido durante más de tres años? El relato de Marcos de este mismo caso nos da la respuesta. Marcos condensa todo este encuentro en un versículo y dice: 

  

"Pero después apareció en otra forma a dos de ellos que iban de camino, yendo al campo".  

Marcos 16:12 

  

La razón por la que los discípulos de Jesús no lo reconocieron fue porque Él estaba en otra forma. Esto no significa que se pareciera a otra persona y que tuviera rasgos físicos diferentes. Ese mismo día, sólo unos minutos después de este encuentro con los discípulos en el camino a Emaús, Jesús se apareció a sus discípulos en Jerusalén y les mostró la huella de los clavos en sus manos y pies (Lc. 24:39). Era el mismo Jesús que habían conocido íntimamente antes. Llevaba las marcas de la crucifixión en su cuerpo resucitado. Pero no lo reconocían porque ya no estaba en un cuerpo físico. Estaba en un cuerpo espiritual, glorificado. Ellos estaban mirando con ojos físicos que sólo podían ver cosas físicas, y Jesús estaba en un cuerpo espiritual que sólo podía ser reconocido plenamente con la vista espiritual. 

  

Aquí hay una verdad asombrosa: Las cosas espirituales sólo pueden ser percibidas por nuestros espíritus. Jesús le dijo a Nicodemo en Juan 3:6: 

  

"Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". 

  

Lo que Jesús estaba diciendo era que la carne es carne y el espíritu es espíritu. No se puede percibir el espíritu mediante los sentidos de la carne. Son mundos, reinos, o realidades totalmente diferentes. 

  

El apóstol Pablo escribió esta verdad en 1 Corintios 2:14 donde dijo: 

  

"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente". 

  

Los sentidos físicos no pueden discernir las cosas espirituales. Esto no se refiere simplemente a entender verdades espirituales con nuestras mentes; esto también se aplica a ver realidades espirituales con nuestros ojos o sentir cosas espirituales con nuestras emociones. Por supuesto hay excepciones donde Dios abrió los ojos físicos de la gente para permitirles ver ángeles, y aun el cielo; pero normalmente la única manera de acceder al reino espiritual es por medio de nuestros espíritus, por fe. 

  

Aunque hay momentos especiales de la presencia manifiesta del Señor que sí ocurren cuando podemos sentir en lo natural lo que ya es verdadero en lo espiritual, esto es la excepción y no la regla. No debemos estar más emocionados cuando sentimos algo que cuando simplemente caminamos por fe en las promesas de Dios. ¡Esa es una afirmación radical! 

 

El Señor comenzó a enseñarme esto muy temprano en mi caminar con Él. El 23 de marzo de 1968, el Señor se me manifestó de una manera tangible. Durante cuatro meses, fui físicamente consciente del amor y la presencia del Señor conmigo de una manera que prácticamente no requería fe. Podía sentirlo. Era impresionante. Pero luego, esa sensación física se fue. Poco después, fui reclutado al ejército y me encontré en Vietnam. La ausencia de ‘comunión cristiana’ y de todo aquello a lo que estaba acostumbrado agudizó aún más mi desesperación por el amor y la presencia del Señor. Podría decir sinceramente que estaba desesperado por Dios, en el peor sentido de la palabra. 

  

Entonces, un día, me desperté y sentí que Dios había desaparecido por completo. No sentía su presencia. Me invadió una desesperanza y un miedo que nunca había conocido. Recuerdo que alguien entró en mi búnker y me escondí debajo de un montón de ropa. Tenía tanto miedo que no podía enfrentarme a nadie. Me sentía exactamente como dice Efesios 2:12: "En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo". 

  

Sentí como si Dios hubiera muerto o, como mínimo, me hubiera abandonado. Durante tres días hice todo lo que sabía para intentar recuperar la presencia de Dios. Ayuné, oré y estudié la Palabra constantemente. Nada parecía cambiar las cosas. Entonces, en la mañana del tercer día, me desperté y me encontré de rodillas junto a mi catre orando. No ocurría nada especial, pero la simple presencia del Señor había vuelto; o tal vez, era simplemente que el miedo y la desesperanza habían desaparecido. Lo que sea que fuera, había recuperado mi paz habitual. 

  

Sé, según las Escrituras, que el Señor nunca nos deja ni nos abandona, así que creo que esto era sólo mi percepción de que el Señor me había dejado. Sin embargo, esto me enseñó una lección maravillosa. Descubrí que había dado por sentada la paz cotidiana que produce la presencia permanente del Señor. Creo que el Señor estaba cansado de que le rogara por alguna experiencia emocional especial. Quería que empezara a caminar por fe en lugar de por sentimientos. Así que me quitó la conciencia de su presencia y me dejó sentir lo que debe ser el infierno (la ausencia total de Dios). Eso tuvo un profundo impacto en mí. 

  

Dejé de pedir una epifanía y empecé a dar gracias a Dios por lo que tenía. Me metí en la Palabra de Dios y empecé a creer que el Señor estaba conmigo y me amaba; no por lo que yo sentía, sino porque Él me lo decía en su Palabra. Comencé la transición de los sentimientos a la fe, de la carnalidad a la espiritualidad, de la inmadurez a la madurez. Así es como me estaba relacionando con el Señor esa noche en nuestro Fin de Semana: Expande Tu Visión. 

  

Percibí la presencia y el ministerio del Señor fuera de los sentimientos. Era sólo una revelación del Señor que acepté por fe. Cuando las manifestaciones confirmaron lo que sabía por fe, no estaba más seguro de su presencia de lo que estaba antes de que llegara la confirmación física. No dependía de una experiencia física. Tenía el amor, gozo y paz de todos los días; pero tenía fe que me hacía saber que la presencia y el amor de Dios estaban conmigo de una manera infinitamente mayor que cualquier cosa que pudiera sentir o ver. 

  

He tenido algunos encuentros impresionantes con el Señor, y sin duda, tendré más. Pero independientemente de las maravillosas experiencias que tú o yo tengamos con Él, debemos saber que estas son limitadas; y sólo hemos arañado la superficie o tocado la punta del iceberg del gran amor y lo maravilloso de Dios. Lo que tenemos dentro de nosotros es infinitamente más poderoso y maravilloso de lo que podemos entender, y siempre es así. Puede que no siempre percibas la presencia y la paz de Dios contigo, pero ahí está. Incluso en los momentos en que las circunstancias gritan y afectan tus emociones; la gloria de Dios está ahí dentro de ti, dándote amor, alegría, paz y todos los frutos del Espíritu mencionados en Gálatas 5:22-23. 

  

No siempre sentirás la presencia de Dios. Puede que eso te resulte decepcionante, pero así es. Y si estás creyendo, de manera poco realista, en una manifestación tangible y constante de su amor y presencia; entonces no estás en sintonía con Dios y te estás preparando para la decepción. Él no es así. Al Señor le gusta obrar de maneras sutiles que sólo la fe percibe. 

  

Piensa en la forma en que Jesús vino a la tierra. No vino de una forma grandiosa. Vino humildemente, como un niño nacido de padres pobres. Su nacimiento no fue anunciado al César o al rey Herodes. Fue anunciado a unos humildes pastores. Ni siquiera el cuerpo físico de Jesús era excepcional. Isaías 53:2 dice: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos". 

 

Cuando la gente miraba el cuerpo físico de Jesús, se necesitaba fe para creer que era Dios. No era hermoso. Era natural. No era extraordinario. Y cuando Jesús resucitó de entre los muertos, nunca se mostró a una sola persona que no fuera ya uno de sus discípulos. Podríamos pensar que perdió una gran oportunidad. Miles de personas lo habían visto crucificado apenas tres días antes. Todo lo que habría tenido que hacer era caminar por las calles de Jerusalén o entrar en la sala de juicio de Pilato, y la gente se habría visto obligada a doblar la rodilla y reconocerle como el Cristo. Pero esa no es la naturaleza de Dios. Hebreos 11:6 dice: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios". 

  

Nuestro Dios es un Dios de fe, y se necesita fe para agradarle. Él podría hacer que un pájaro se sentara en tu hombro y te dijera que te ama cada minuto de cada día. Podría escribir tu nombre con instrucciones en cada nube que pasa por encima. Podría hacer que los ángeles vinieran a visitarte cada mañana y cada noche para afirmarte que lo que Él dice en su Palabra es verdad. Pero eso no es fe, y eso no es Dios. 2 Corintios 5:7 dice: "Porque por fe andamos, no por vista". 

  

No solo caminamos por fe hasta que obtenemos la vista que realmente deseamos. Caminamos por fe, y punto. Cuando la vista llega, damos gloria a Dios y seguimos caminando por fe. 

  

Las cosas que he tratado de compartir contigo en este artículo son profundas. No todo el mundo se dará cuenta de su importancia. Pero la fe es tan superior a los sentimientos, así como el amor verdadero es superior a la lujuria. Realmente no hay comparación. Sin embargo, la lujuria parece ser más común y más fácil de conseguir que el amor verdadero. Del mismo modo, la dependencia de nuestros sentimientos es más común entre los cristianos que la fe. Sabemos lo que Dios dijo en su Palabra, pero no lo sentimos; por lo tanto, no lo creemos. Todo eso está mal. La fe viene antes que los sentimientos y siempre triunfa sobre los sentimientos. La fe producirá sentimientos, no todas las veces, pero algunas veces; y necesitamos disfrutarlos cuando vengan. Pero ser controlado por los sentimientos es un GRAN obstáculo para la fe verdadera. Necesitamos llegar al lugar donde la Palabra de Dios es evidencia suficiente, sin alguna confirmación emocional. 

  

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