Conociendo a Dios
Si le preguntara a un grupo de personas qué es lo más importante en la vida, seguramente obtendría tantas repuestas como personas. Ciertamente hay muchas cosas que contribuyen a una vida plena y feliz, pero espero que todos los creyentes estén de acuerdo que conocer a Dios es absolutamente lo más grande e importante de todo. Sin eso, todo lo demás pierde sentido.
El apóstol Pablo lo expresó de esta manera en Filipenses 3:8:
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.
Piensa en esto: Pablo no era un perdedor. No había tocado fondo ni andaba sin lugar a donde ir. No estaba huyendo de una vida de fracasos, como para tener por “basura” su mala vida. Él era uno de los hombres más educados y exitosos de su época. Se contaba entre la élite de la clase religiosa. La gente lo conocía y querían ser como él.
Pablo no estaba escribiendo únicamente sobre su vida antes de nacer de nuevo. Él había sido cristiano por décadas en el momento que escribió esto. Había viajado por el mundo y había sido usado por Dios como pocos hombres lo han sido o lo serán jamás. Sin embargo, aún buscaba conocer más a Dios. (Fil. 3:10).
Pablo estaba afirmando que lo mejor que la vida tenía para ofrecer y los mayores logros y búsquedas de cualquier hombre, palidecían en comparación con conocer a Dios, hasta el punto de llegar a la misma categoría que la basura. Él estaba admitiendo que aún no había llegado, pero se estaba esforzando y proseguía hacía esa meta de conocer más a Dios. (Fil. 3:12-14).
¿Qué te dice, que el hombre que escribió la mitad del Nuevo Testamento siguiera persiguiendo el conocimiento de Dios, décadas después de su conversión? Ciertamente, tiene que haber una profundidad en el conocimiento de Dios que va mucho más allá de la mera salvación. Pablo habló de esto en Efesios cuando oró que los cristianos efesios llegaran a conocer la altura, la longitud, la profundidad y la anchura del amor de Dios. (Ef. 3:18-19).
Dijo algo muy interesante en Efesios 3:19:
“Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.
A primera vista esto parece confuso. ¿Cómo podemos conocer algo que sobrepasa todo conocimiento? Pablo está hablado de experimentar el amor de Dios de una forma que es infinitamente mayor que el mero conocimiento intelectual. Y observa que cuando experimentamos el amor de Dios de esta forma, somos llenos de toda la plenitud de Dios. ¡Que afirmación!
Todo lo que tenemos que hacer es ver nuestra carencia de la plenitud de Dios, para darnos cuenta de que no conocemos el amor de Dios en la forma que Pablo lo describió. Si lo conociéramos, estaríamos llenos de toda su plenitud. Por lo tanto, hay una dimensión del conocimiento de Dios que el cristiano promedio no ha experimentado. ¿Cómo llegamos a ella?
En primer lugar, necesitamos saber que conocer a Dios es mucho más que ‘convertirse en cristiano’. Multitudes de personas han recibido la salvación, y si murieran, irían directamente a la presencia del Señor; sin embargo, no conocen a Dios.
No saben que él los ama porque él es amor y no porque ellos sean encantadores. Piensan que tienen que ganarse el favor de Dios, y están sufriendo innecesariamente la condenación y la falta de comunión con él porque se sienten indignos. No lo conocen como un Padre celestial amoroso, sino que lo ven como un severo capataz.
Muchos cristianos piensan que nuestro Padre es la fuente de todos sus problemas y sufrimientos. Piensan que él usa esos problemas como herramientas para enseñarles algo o cambiar su comportamiento, a pesar de que la Palabra demuestra claramente lo contrario (Stg 1:13). No conocen a su Dios como Sanador o Proveedor, o en cualquier otra de las formas en que él mismo se manifiesta a ellos. En verdad, el pueblo de Dios es destruido por la falta de conocimiento acerca de él. (Os. 4:6)
Gran parte de la culpa recae sobre la iglesia.
La Biblia dice en Romanos 10:17:
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.
La iglesia ha proclamado que Jesús murió por nosotros para evitar que vayamos al infierno. Bueno, eso es verdad y un todo un beneficio. Si eso fuera todo lo que hay en la salvación, es más de lo que merecemos. Yo predicaría ese mensaje si eso fuera todo, pero eso no es lo que enseña la Escritura.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Jn. 3:16).
Ese versículo dice específicamente que la meta de la salvación es “la vida eterna”. Y la vida eterna fue definida por Jesús en Juan 17:3, que dice:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
Conocer a Dios el Padre y Jesucristo es la vida eterna. Eso no comienza cuando vamos al cielo. Conocer a Dios (vida eterna) es algo que podemos tener ahora mismo (Jn. 3:36). La palabra conocer es usada en las Escrituras para describir la relación entre un hombre y su esposa que produce un hijo (ejemplo: Gn. 4:1). Habla de intimidad. Así que “conocer a Dios” es hablar de tener intimidad con él.
Recibir la salvación y luego tropezar por la vida sin experimentar intimidad con el Señor es perderse o ignorar la parte más importante que Jesús proveyó. Permíteme ponerlo de esta manera: si recibiste perdón a través del sacrificio de Jesús y luego continúas sin una relación íntima, personal y cercana con Dios; entonces, de acuerdo a Juan 3:16, te estás perdiendo el verdadero propósito de la salvación. La gran mayoría de los cristianos vive en este estado miserable.
La gente cree que necesitan ser salvos porque ese es el mensaje que han escuchado. Así que son salvos y luego se estancan. No están escuchando que conocer a Dios es la verdadera meta, ni siquiera saben que es conocerlo íntimamente es posible y está disponible para ellos. Esperan ‘el dulce porvenir’, tienen esperanza en llegar a casa con Dios cuando mueran, pero su vida presente es una batalla constante.
Conocer a Dios de la manera en la que estoy hablando ni siquiera está en la pantalla del radar de la mayoría de los cristianos. No lo están buscando, y mucho menos lo están experimentando. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿cómo podemos empezar a buscar la intimidad con el Señor? Podemos empezar pasando tiempo conociéndolo a través de su Palabra.
El Apóstol Pedro dijo en 2 Pedro 1:3-4:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
Es a través del conocimiento de Dios que somos capaces de recibir todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Dios ya nos las dio, pero el conocerlo a él es lo que nos permite participar de su naturaleza divina, recibir todas sus grandes y preciosas promesas, y escapar de la corrupción de este mundo. ¡Que oferta! Conocer la Palabra es conocer a Dios.
Recientemente enseñé una nueva serie que se centra en conocer a Dios, y expone muchas de las cosas clave que he aprendido acerca de Dios a través de las Escrituras. Hablo sobre el verdadero significado de la vida eterna, de cómo ver con nuestros corazones más claramente que nos nuestros ojos físicos, y mucho más.
Esta es una serie que puede no sonar muy interesante en la superficie, pero es uno de los mensajes más importantes que enseño. Si alguna vez quieres cumplir con lo que Dios te ha llamado a hacer, debes conocerlo personalmente, y creo que este mensaje hará una gran diferencia en tu relación con el Señor.