Tú puedes controlar tus emociones

La Biblia enseña que nuestros pensamientos son el factor determinante para dirigir nuestras acciones. Proverbios 23:7 dice: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él.” Romanos 8:6 (versión LBLA) dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz.” Observa que el ‘poner’, es decir, enfocar y dirigir, nuestra mente en la carne no solamente nos guía a la muerte, sino que ¡es muerte! 

Nadie puede actuar de un modo distinto a la manera en que piensa; por lo tanto, no podemos cambiar nuestras acciones sin cambiar nuestra forma de pensar. No me refiero a cambiar cada uno de nuestros pensamientos, sino a cambiar toda nuestra manera de pensar. Nuestras emociones están directamente relacionadas con nuestra mentalidad. 

Todas las personas tienen una percepción, o imagen, interna sobre cómo son. Esta imagen no necesariamente se basa en lo que realmente son, sino que se basa en lo que ellas ‘sienten’ que son. Una experiencia negativa puede distorsionar la percepción que una persona tiene de sí misma para el resto de su vida. 

Por ejemplo, algunas personas que son atractivas físicamente pueden pensar que son feas o desagradables debido a palabras negativas que les dijeron cuando eran niños. Otros, que alcanzan gran éxito en sus vidas se siguen viendo a sí mismos como fracasados; y esta visión personal puede convertirse en una profecía autocumplida. 

Hasta cierto punto, la psicología ha diagnosticado correctamente este problema. Los psicólogos usan algunos términos como: “autoestima” o “identidad” para hablar de estas verdades; sin embargo, la sabiduría secular no es suficiente para ayudar a las personas a cambiar su imagen interior. 

En primer lugar, la mayoría de las personas tienen la tendencia a culpar a otros por su mala autoestima. Se ha vuelto popular culpar a otros por cada cosa negativa que nos sucede. Es fácil quejarse y justificarse: “vengo de una familia disfuncional”, “tengo problemas porque soy una persona de bajos recursos”, “esta mujer que me diste” (Gen. 3:12). ¡Las demás personas no son tu problema! 

Cada uno de nosotros hemos experimentado cosas negativas. Es nuestra decisión amargarnos o alegrarnos como resultado de cada una de estas experiencias. Por cada persona que justifica un comportamiento disfuncional debido a una experiencia traumática en su vida, hay otras que han experimentado cosas similares o peores; sin embargo, se sobrepusieron a sus circunstancias. ¿Por qué? Porque los problemas no deben determinar el fracaso; siempre tenemos la oportunidad de elegir. 

Deuteronomio 30:19 dice: “Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia.”  

El Dios Todopoderoso nos ha dado la oportunidad de elegir, Él no va a decidir por nosotros, y tampoco Satanás puede hacerlo. Tenemos el privilegio y la responsabilidad de elegir la bendición o la maldición para nuestras vidas. 

Culpar a otros no resuelve el verdadero problema y no nos permitirá encontrar la solución a lo que esté pasando en nuestras vidas. Si las demás personas son nuestro problema, entonces estamos en una situación complicada porque Dios no nos dio la habilidad de controlar a otras personas. El diablo siempre enviará a alguien en nuestro camino que sabe cómo sacar lo peor de nosotros.  

Pero si entendemos que el problema está dentro de nosotros en realidad, tendremos esperanza porque por medio de Cristo Jesús podemos cambiar y esto es verdadera libertad. Sin importar lo que los demás hagan, podremos prosperar por medio de Jesucristo. 

La psicología intentará decirte que la causa de tus problemas es por culpa de otra persona, intentará reforzar tu autoestima enfocándote en las cosas positivas de tu persona y minimizando tus atributos negativos. Pero eso no es lo que la Biblia enseña, Jesús dijo lo siguiente: “porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). 

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Marcos 8:34). Pablo escribió lo siguiente: “sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1 Cor. 1:27-28). 

La Biblia enseña que debemos poner un final a nuestra propia autoestima si queremos ser útiles para Dios. Los cristianos no debemos de atesorar los escasos atributos positivos de nuestra personalidad. Esto es similar a querer sanar un brazo amputado con una curita, será imposible detener el sangrado.  

Sin importar que tan exitosos o talentosos seamos en nuestra carne, en algún punto de nuestra vida fracasaremos. Si no, conforme el tiempo avance envejeceremos y no seremos tan productivos como solíamos serlo antes. Si nuestra autoestima está fundamentada en las cosas que hemos logrado, al final fracasaremos. Toda la seguridad que podamos tener en nosotros mismos se vendrá para abajo junto con todo lo que esté a nuestro alrededor. 

Los cristianos deberíamos tener “Cristo-estima”. Justo como el apóstol Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). 

El secreto para una vida cristiana victoriosa no se encuentra en la superación personal, sino en el negarnos a nosotros mismos para que Cristo pueda vivir a través de nosotros. 

Esto no significa que Dios quiere que tengamos una mala imagen de nosotros mismos. Todo depende de cual ‘yo’ estemos hablando. Verás, cada creyente nacido de nuevo se ha convertido en una nueva persona en Cristo Jesús (2 Cor. 5:17; Efe. 4:22-24). 

El viejo hombre está corrompido y es incapaz de vivir la vida cristiana. Este es el ‘yo’ que la mayoría de las personas intentan remendar y sentirse bien con esto. ¡Detente! Debemos de morir a este viejo ‘yo’ con todo lo bueno y lo malo que conlleva, y encontrar una nueva identidad en Cristo. 

El nuevo hombre es exactamente como Jesús es ahora (1 Cor. 6:17). Es real, somos una persona completamente nueva en Cristo Jesús. Tenemos todo lo que Jesús tiene en nuestro espíritu (1 Juan 4:17). Tenemos una identidad totalmente nueva en Cristo. ¿Así que, porque queremos seguir remendando nuestro viejo ‘yo’ en vez de vivir en nuestro nuevo ‘yo’? 

Si permitimos que el nuevo hombre crezca dentro de nosotros, caminaremos con poder y victoria en cada área de nuestras vidas.  

¿Cómo podemos darnos cuenta si los pensamientos y las emociones que experimentamos provienen del nuevo hombre o del viejo hombre? La Palabra de Dios es la respuesta. Jesús dijo en Juan 6:63: “las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Cualquier pensamiento o emoción que está de acuerdo con lo que la Palabra de Dios dice, proviene del nuevo hombre. Cualquier pensamiento o emoción que va en contra de lo que la Palabra de Dios dice, proviene del viejo hombre o del diablo. 

Si estás enojado con alguien, estás en la carne (viejo hombre). Solo arrepiéntete y vuelve a enfocarte en el espíritu (nuevo hombre) en donde tienes amor, gozo y paz (Gal. 5:22). Si tienes miedo, estás en la carne, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). En lugar de pedirle a Dios que te quite el miedo, simplemente deja de ‘andar en la carne’, y comienza a caminar en el espíritu, en donde no hay temor (1 Juan 4:18). 

Esto es tan sencillo de comprender que alguien más tendría que ayudarte para malinterpretarlo; tristemente muchos han complicado estas sencillas verdades bíblicas, pero gracias a Dios tenemos una solución y es ¡Cristo en nosotros la esperanza de gloria! (Col. 1:27). 

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