¿La Justicia de Quién?
La palabra "justicia" se ha convertido en un cliché religioso que ha perdido su significado para muchas personas. Incluso los cristianos están confundidos acerca de lo que es la justicia y cómo recibirla. Esto ha dejado a nuestra sociedad sin una comprensión clara de lo que se necesita para tener una relación con Dios, y esto se refleja en el colapso moral de nuestra nación. Es imperativo que volvamos a los fundamentos de la justicia.
La justicia, también es traducida como "rectitud", esta como la designación "justo", aparecen 540 veces en 520 versículos de la Biblia. Por el contrario, "fe", "fidelidad" y "fiel" sólo se utilizan 348 veces en 328 versículos. Esto significa que hay 1,5 veces más escrituras sobre la justicia que sobre la fe. La justicia es importante.
Una definición laica de justicia es simplemente: "estar bien con Dios". La justicia es la condición de estar en una relación correcta con el Señor. Esto sólo puede suceder a través de la fe TOTAL y la dependencia de Cristo. No hay otra manera, y no hay nada que podamos añadir a nuestra fe para obtener una relación correcta con el Señor (Romanos 11:6).
Una de las cosas que ciega a las personas para obtener una verdadera comprensión de la justicia es la confusión acerca de cómo llegamos a ser ‘justos’ a los ojos de Dios. Comúnmente se piensa que nuestras acciones son el factor determinante en el juicio de Dios sobre nuestra rectitud. Eso no es verdad. Hay una relación entre nuestras acciones y nuestra posición correcta con Dios, pero la relación correcta con Dios produce acciones, no al revés. Es decir, no somos hechos justos por lo que hacemos.
La justicia es un don que viene del Señor a aquellos que aceptan por fe lo que Jesús ha hecho por ellos (Ro. 5:17-18). El don de la salvación produce un corazón cambiado que, a su vez, cambia nuestras acciones. Las acciones no pueden cambiar nuestro corazón. Es el corazón del hombre lo que Dios mira (1 S. 16:7), y debemos ser justos en nuestros corazones para adorar verdaderamente a Dios (Juan 4:24).
El error de pensar que hacer lo correcto nos hace justos es el mismo error que cometieron los fariseos. La religión siempre ha predicado que, si limpiamos nuestras acciones, nuestros corazones también se limpiarán. Jesús enseñó exactamente lo contrario (Mateo 23:25-26). Es a través de un corazón cambiado que nuestras acciones cambian. El corazón es la clave. Las acciones son sólo una muestra de lo que hay en nuestros corazones. Las acciones son el fruto que produce el corazón.
El cristianismo moderno a menudo pone el énfasis en las acciones en lugar de los asuntos del corazón. Esto se refleja en los esfuerzos excesivos de los cristianos por legislar el cambio en las acciones de las personas, en lugar de cambiar sus corazones mediante la predicación del Evangelio. Es el Evangelio el que contiene el poder de Dios, no las reglas y normas disciplinarias por la desobediencia (Ro. 1:16). Las leyes sólo afectan a las acciones. El Evangelio cambia los corazones. Una vez cambiados los corazones, las acciones cambiarán naturalmente.
Contrario a la creencia popular, el cristianismo no promueve recibir ‘justicia’ del Señor. ¡Gloria a Dios por ello! El Señor tiene un plan mucho mejor, porque podemos recibir lo que creemos y no lo que merecemos por nuestro comportamiento.
Una vez revelé fotos en un estudio fotográfico para ganarme la vida. La gente venía al estudio a mirar sus fotos, y decían cosas como: "Esta foto no me hace justicia". Nunca me atreví a decir esto, pero a menudo pensaba: “Señora, usted no necesita justicia, necesita misericordia”.
Así es con Dios. A veces pedimos justicia, pero no es eso lo que necesitamos. Como dicen las Escrituras: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6). De nuevo, en Romanos 3:23 las Escrituras dicen: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios". "No hay justo, ni aun uno" (Ro. 3:10).
El maravilloso plan de salvación consiste en que aquellos que ponen su fe en Jesús y en lo que Él hizo por nosotros reciben lo que Él se merece. Por otro lado, aquellos que no ponen su fe total en Cristo recibirán lo que merecen. Créeme, tú no quieres recibir lo que mereces; yo no quiero recibir lo que merezco. La religión ha instruido sutilmente a la gente a confiar en su propia bondad en vez de en la de Dios, y esto nunca los beneficiará. "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro. 3:23).
La historia bíblica de la escritura en la pared ilustra este punto (Dn. 5:1-31). Belsasar era el rey de Babilonia. Su padre, Nabucodonosor, había conquistado la nación de Israel y había llevado a Babilonia todas las riquezas del templo, junto con la mayoría de los habitantes de Jerusalén. Durante una extravagante fiesta, a la que asistieron 1.000 de sus señores, Belsasar decidió brindar por sus dioses utilizando los vasos de oro del templo de Jerusalén, lo que significaba un ataque directo al Dios de Israel.
El Señor se movió rápida y dramáticamente creando la imagen de una mano de hombre, con dedos que escribían en la pared frente a Belsasar y todos sus invitados. Belsasar llamó a todos sus magos y sabios para que descifraran la escritura, pero ninguno pudo. Entonces la reina le recordó a Belsasar que Daniel había interpretado los sueños y las visiones de Nabucodonosor cuando nadie más podía hacerlo. Fue entonces, cuando llamaron a Daniel y él les reveló lo que la escritura en la pared decía.
El mensaje de Dios revelaba que Belsasar había sido pesado en la balanza y fue hallado falto. Por lo tanto, su reino fue dividido y entregado a los medos y persas. Esto sucedió esa misma noche. Belsasar fue derrocado, y Darío, el Medo (Persa), tomó el control sobre el reino de Babilonia.
Si fuéramos pesados en la balanza contra la justicia de Dios como lo fue Belsasar, también nos quedaríamos cortos. La justicia de Dios es siempre mayor que la nuestra en cantidad y calidad. Nuestra justicia es como trapos de inmundicia comparada con la justicia de Dios (Is. 64:6).
Alguien podría decir: "Eso no es justo. Nadie puede competir con la justicia de Dios". ¡Exactamente! Sin embargo, la justicia de Dios es el estándar por el cual todos deben ser medidos. Entonces, ¿cómo puede alguien ser salvo? La respuesta es que nadie puede salvarse si confía en su propia justicia. Todos debemos tener una justicia que exceda cualquier cosa que podamos producir por nuestro propio esfuerzo. Ahí es donde entra Jesús.
Jesús estaba en una relación correcta con Dios como nadie más puede estarlo, Él es el Hijo de Dios. Es Dios manifestado en carne (1 Ti. 3:16). Es santo, puro y sin pecado, y sin embargo se hizo pecado por nosotros (2 Co. 5:21), sin haber hecho nada malo. Él cargó con nuestro pecado en su propio cuerpo en la cruz (1 P. 2:24). "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Is. 53:4-5).
A cambio de que Jesús cargue con nuestro pecado, quienes ponen su fe en Él obtienen la misma justicia de Jesús, su rectitud, su posición como justo; y no su justicia propia. No son nuestras acciones las que nos hacen aceptables ante el Padre. Es nuestra confianza en Jesús la que imparte la justicia de Jesús en nuestros espíritus nacidos de nuevo, lo que nos hace estar en buenos términos con Dios, y tener una buena relación con Él.
Aquellos que no entienden esta justicia, que viene de Dios como un regalo, se frustran tratando de establecer su propia justicia por medio de buenas obras (Ro. 10:3). Permíteme decirte que así no funciona con Dios, y nunca funcionará. Este trato que Dios hizo con la humanidad es “todo o nada” (Ro. 11:6). Debemos confiar completamente en lo que Jesús hizo por nosotros para obtener una relación correcta con Dios. Cualquier confianza en nuestra propia bondad anulará la expiación que Cristo hizo por nosotros (Ga. 5:4).
Esta es precisamente la condición de millones de personas en el cuerpo de Cristo hoy. Reciben la salvación poniendo toda su fe en Cristo para el perdón de sus pecados, pero luego vuelven a creer que el Señor todavía se relaciona con ellos con base en sus obras, incluso después de su salvación. Eso no es verdad.
Colosenses 2:6 dice: "Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él". Eso significa que si fuiste salvado poniendo fe solamente en la gracia de Dios, necesitas mantener tu relación con él de la misma manera. Algunas personas cantan: "Vengo ante ti tal como soy..." cuando nacen de nuevo. Necesitan cantar esta canción durante toda su vida cristiana.
El no entender esta verdad es la raíz de toda culpa y condenación. La única entrada que Satanás tiene en nuestras vidas es el pecado. Si entendemos nuestra posición correcta con Dios sobre la base de lo que Jesús hizo por nosotros, y no desde nuestras propias acciones, entonces el poder de Satanás para condenarnos desaparece. Aquellos que viven con un sentimiento de indignidad no están confiando en la justicia de Dios, sino que están buscando obtener una posición correcta con Dios con sus propias acciones, por medio de “buenas obras”. Eso nunca funcionará.
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