La revelación de la Palabra de Dios

Una de las cosas más necesarias en el cuerpo de Cristo hoy en día es el conocimiento por revelación de la Palabra de Dios. 

  

Para entender lo que es la revelación y cómo hacerla funcionar en tu vida de manera activa, tienes que saber lo más básico acerca de tu espíritu, alma y cuerpo. Tu espíritu es la parte de ti que fue cambiada en la salvación. 2 Corintios 5:17 dice: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." Tu cuerpo y alma no son nuevas criaturas. Pueden ser cambiados y renovados a medida que creces en el Señor, pero ese es un proceso continuo. La única parte de ti que es completamente cambiada en la salvación es tu hombre interior, también llamado: espíritu. 

  

Este espíritu nacido de nuevo es renovado en conocimiento a la imagen de Aquel que lo creó (Col. 3:10). 1 Corintios 2:16 dice "Mas nosotros tenemos la mente de Cristo", y 1 Juan 2:20 dice "Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas". Estas escrituras nos muestran que nuestro hombre espiritual está completo en Jesús (Col. 2:10). Por medio de él sabemos todas las cosas. 

  

Pero, aunque eso es verdad en tu espíritu, este conocimiento no beneficiará a tu cuerpo ni a tu alma hasta que lo liberes renovando tu mente. Romanos 12:2 dice: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." 

  

Nuestras mentes son el verdadero campo de batalla. Nuestros espíritus están completos (Ef. 4:24, Col. 2:10), y nuestros cuerpos harán lo que se les diga, pero nuestras almas (que incluyen nuestro intelecto) tienen la responsabilidad de elegir o ejercer nuestro libre albedrío. Así que, en ese sentido, el alma es el control maestro sobre todo nuestro ser. Para el hombre nacido de nuevo, el espíritu es la fuerza impulsora o dadora de vida, pero el alma tiene la última palabra debido a la voluntad. Dios no infringirá nuestro libre albedrío excepto en el juicio final. Por lo tanto, es necesario que tengamos esta "mente de Cristo", que ya hemos recibido en nuestro hombre espiritual, funcionando por sobre nuestras mentes almáticas para que podamos tomar las decisiones correctas. Esto se hace estudiando la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la sabiduría de Dios (Lc. 11:49), escrita para que nuestro hombre del alma pueda leerla y entenderla. Pero 2 Corintios 3:6 nos muestra que el mero conocimiento de la Palabra de Dios no es suficiente. Debemos tener entendimiento espiritual porque la Palabra de Dios es espíritu y es vida (Jn. 6:63). 

  

Cuando el conocimiento de la Palabra de Dios entra en nuestras mentes almáticas a través de escucharla o estudiarla, nuestros espíritus dan testimonio con la verdad e imparten sabiduría, que es la habilidad de aplicar el conocimiento. Esto entonces se convierte en conocimiento por revelación, no sólo ‘datos’ acerca de Dios con los que podrías programar una computadora, sino la revelación de Dios que ha sido divinamente vivificada en nosotros por Dios desde nuestros espíritus nacidos de nuevo. 

  

Esto explica por qué la Palabra de Dios parece funcionar para algunas personas y no para otras. En la superficie puede parecer que todos conocen la Palabra, pero en verdad, solo aquellos que tienen la Palabra de Dios vivificada en su interior por medio de la revelación son quienes viven de manera victoriosa. ¡La Palabra de Dios funciona! Y si tenemos la verdadera revelación de la Palabra de Dios en nuestros corazones, venceremos al mundo. 

  

¿Cómo recibimos la Palabra de Dios viva y poderosa en nuestras vidas como lo menciona Hebreos 4:12? Una manera importante de lograr esto es meditando la Palabra de Dios. Demasiadas veces, tenemos tanta hambre de aprender la Palabra de Dios que no tomamos suficiente tiempo para dejar que la mente de Cristo en nuestro hombre espiritual nos dé una revelación completa del poder que hay en esas palabras. 

  

Hubo un tiempo en mi vida donde estaba tan ocupado leyendo libros y yendo a escuchar diferentes predicadores, que el Señor me dijo que me detuviera y me dedicara a aplicar las verdades de su Palabra para convertirlas en realidades en mi vida. No estoy diciendo que debemos dejar de llenarnos con el conocimiento de la Palabra, pero necesitamos darnos cuenta de que sólo la Palabra que ha sido mezclada con fe, la cual viene de nuestro hombre espiritual (Ro. 10:10) nos beneficiará (He. 4:2). 

 

 Estaríamos mejor con sólo una pequeña cantidad de la Palabra en nosotros si fuera una verdadera revelación de Dios en nuestra vida; al contrario de adquirir grandes cantidades de Escritura con mero entendimiento carnal. Los primeros discípulos son testigos de esto porque en comparación con la gran cantidad de material para estudiar la Palabra de Dios que tenemos disponible hoy en día, ellos no tenían la mayoría de las escrituras del Nuevo Testamento. Las escrituras del Antiguo Testamento no estaban fácilmente disponibles para ellos, y aun así transformaron su mundo. 

 

Este conocimiento de revelación es lo que nos falta en la presentación de la Palabra de Dios en el ámbito religioso. Predicadores carnales han estado presentando conocimiento carnal a gente carnal; por lo tanto, el verdadero poder de la Palabra de Dios no ha sido liberado y manifestado. Pero en estos últimos días, el conocimiento por revelación de Dios está comenzando a fluir entre su pueblo más que nunca. Los creyentes ya no son fácilmente manipulados ante los títulos y posiciones de los hombres, sino que ahora ellos responden al poder de la Palabra de Dios, sin importar el medio por el cual se manifieste.  

 

"Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder" (1 Co. 4:20). Tú puedes tener este conocimiento por revelación, porque Dios ya te ha dado la "mente de Cristo" (1 Co. 2:16). 

Este artículo es gratuito gracias a la generosidad de nuestros asociados. Si quieres alcanzar a Latinoamérica a través de tu generosidad  ¡Únete a nuestra comunidad de asociados hoy mismo!

Anterior
Anterior

Romanos: la obra maestra de Pablo sobre la gracia

Siguiente
Siguiente

Relación con Dios