La Soberanía de Dios
Mi corazón se conmovió mucho el mes pasado. Asistí a una reunión donde un viejo amigo mío estaba ministrando. Había pasado por cosas terribles que casi destruyeron su fe. Se volvió amargado y se mantuvo enojado con Dios durante mucho tiempo por las cosas que le habían sucedido. Cuando lo escuché, se había arrepentido de su actitud, se encontraba amando al Señor nuevamente y entusiasmado por el futuro. ¡Gloria a Dios! Sin embargo, en el proceso, había llegado a creer que era el Señor quien causaba todos sus problemas. Se había resignado a la "soberanía de Dios".
Creo que esta es la peor doctrina en la iglesia de hoy en día. Sé que esta es una declaración fuerte y es casi una blasfemia para algunas personas, pero la forma en que la "soberanía" se enseña hoy en día es un verdadero asesino de la fe. La creencia de que Dios controla todo lo que nos sucede es una de las mayores mentiras del diablo en nuestras vidas. Si esta creencia es cierta, entonces nuestras acciones son irrelevantes, y nuestros esfuerzos no tienen sentido. Lo que tenga que ser, será.
Si creemos que Dios hace que todo, bueno o malo, nos suceda, nos da un alivio temporal de la confusión y la condenación; pero a largo plazo, calumnia a Dios, obstaculiza nuestra confianza en Dios y nos lleva a la pasividad.
¿Qué es “Soberanía”?
La palabra "soberano" no se utiliza en la versión Reina Valera de la Biblia. Se usa 303 veces en el Antiguo Testamento de la Nueva Versión Internacional, pero siempre se usa asociada a la palabra "SEÑOR" y es el equivalente a "SEÑOR Dios" de la Versión Reina Valera. Ni una sola de esas veces se utiliza la palabra "soberano" en la forma en que se ha llegado a utilizar en la tradición religiosa de nuestros días.
La religión inventó un nuevo significado para la palabra "soberano", que básicamente significa que Dios controla todo. Nada puede suceder sino lo que Él quiere o permite. Sin embargo, no hay nada en la definición real que diga eso. El diccionario define "soberano" como: "1. Primordial; supremo. 2. Que tiene rango o poder supremo. 3. Independiente: un estado soberano. 4. Excelente". Ninguna de estas definiciones significa que Dios lo controle todo.
Se supone que como Dios es primordial o supremo nada puede suceder sin su aprobación. Eso no es lo que enseñan las Escrituras. En 2 Pedro 3:9, Pedro dijo: "El Señor... no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento". Esto dice claramente que no es la voluntad del Señor que nadie perezca, pero la gente está pereciendo. Jesús dijo: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella" (Mt. 7:13). Son relativamente pocas las personas que se salvan en comparación con el número de las que se pierden. La voluntad de Dios para las personas con respecto a la salvación no se está cumpliendo.
Esto se debe a que el Señor nos dio la libertad de elegir. Él no quiere que nadie vaya al infierno. Él pagó por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2; 1 Ti. 4:10), pero nosotros debemos elegir poner nuestra fe en Cristo y recibir su salvación. La gente es la que escoge el infierno al no escoger a Jesús como su Salvador. Es el libre albedrío del hombre el que los condena, no Dios.
Prácticamente, la gente tiene que escalar sobre las barreras que Dios puso en su camino para continuar el viaje al infierno. La cruz de Cristo y el poder de atracción del Espíritu Santo son obstáculos que cada pecador encuentra y se esfuerza en superar. Nadie se presentará ante Dios y podrá culparlo por negarle la oportunidad de ser salvo. El Señor atrae a cada persona hacia Él, pero nosotros tenemos que cooperar. En última instancia, el Señor simplemente respeta las consecuencias de las propias elecciones de las personas.
Dios tiene un plan perfecto para la vida de cada persona (Jer. 29:11), pero no nos obliga a seguir ese camino. Somos agentes morales libres con la capacidad de elegir. Él nos ha dicho cuáles son las decisiones correctas (Dt. 30:19), pero no toma esas decisiones por nosotros. Dios nos dio el poder de controlar nuestros destinos.
La enseñanza típica sobre la soberanía de Dios pone a Jesús en el asiento del conductor y a nosotros como pasajeros. A primera vista, eso parece bueno. Todos nos hemos encontrado con los desastrosos resultados de hacer todo por nuestra propia cuenta. Deseamos ser guiados por el Señor, y la enseñanza de que “nada sucede si Dios no lo quiere” encaja muy bien con esta mentalidad. Sin embargo, las Escrituras pintan un cuadro de cada uno de nosotros estando detrás del volante de nuestras propias vidas. Somos nosotros los que conducimos. Se supone que debemos seguir las instrucciones del Señor, pero Él no conduce por nosotros.
Al hombre se le ha dado la autoridad sobre su propia vida, pero debe tener la dirección del Señor para tener éxito. Jeremías 10:23 dice: "Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos". Dios nos creó para depender de Él y nuestra independencia es la raíz de todos nuestros problemas. Como si no fuera suficientemente malo para el hombre tratar de manejar sus asuntos independientemente de Dios y sus normas, se ha hecho aún peor por la religión que nos enseña que todos nuestros problemas son en realidad bendiciones de Dios. Eso mata la fe. Hace que la gente sea totalmente pasiva.
Santiago 4:7 dice: "Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros". Este versículo deja claro que algunas cosas vienen de Dios y otras del diablo. Debemos someternos a las cosas que son de Dios y resistir las cosas que son del diablo. La palabra "resistir" significa: "luchar activamente en contra". Es decir, que "lo que tenga que ser, será" no es luchar activamente contra el diablo.
Si una persona realmente creyera que Dios es quien le dio una enfermedad porque Él está tratando de obrar algo para bien en su vida, entonces no debería ir al doctor ni tomar ninguna medicina. Eso sería resistirse a los planes de Dios. Deberían dejar que la enfermedad siguiera su curso y así obtener todo el beneficio de la corrección de Dios. Por supuesto, nadie aboga por eso. Es absurdo. Más absurdo aún es creer que Dios es quien está detrás de las tragedias.
Hechos 10:38 dice que Jesús sanó a todos los que estaban oprimidos POR EL DIABLO. No era Dios quien los oprimía con la enfermedad. Era el diablo. Y lo mismo es cierto hoy en día. La enfermedad es del diablo, no de Dios. Necesitamos resistir la enfermedad y, someternos a la sanidad que viene de Dios a través de la expiación de Cristo, por medio de la fe.
Podrías pensar: ¿Qué pasa con los casos del Antiguo Testamento en los que Dios hirió a la gente con enfermedades y plagas? Hay mucho que podría decir al respecto si tuviera el suficiente espacio, pero una respuesta simplificada a esa pregunta es que ninguno de esos casos fueron bendiciones. Eran maldiciones. Dios usó la enfermedad en el Antiguo Testamento como castigo, pero en el Nuevo Testamento, Jesús llevó nuestra maldición por nosotros (Ga. 3:13). El Señor no pondría enfermedad sobre un creyente del Nuevo Testamento de la misma manera que no nos haría cometer un pecado. Ninguna de estas son su voluntad. Tanto el perdón del pecado como la sanidad son parte de la expiación que Jesús proveyó para nosotros.
Deuteronomio, capítulo 28, debería resolver para siempre esta cuestión para todos los que creen en la Palabra de Dios. Los primeros 14 versículos de Deuteronomio 28 enumeran las bendiciones de Dios y los últimos 53 versículos enumeran las maldiciones de Dios. La sanidad es una bendición (Dt. 28:4). La enfermedad aparece como una maldición (Dt. 28:22, 27-28, 35, 59-61). Dios llamó maldición a la enfermedad. Nosotros no deberíamos llamarla bendición.
Saber que Dios no es el autor de mis problemas es una de las revelaciones más importantes que el Señor me ha dado. Si pensara que fue Dios quien mató a mi padre cuando yo tenía doce años, y a algunos de mis mejores amigos antes de cumplir los veinte, si fuera Dios quien hizo que la gente me secuestrara, me calumniara, amenazara con matarme y pusiera a mis seres queridos en mi contra, entonces me costaría mucho confiar en Dios, pero Él no es así.
Por el contrario, es muy reconfortante saber que Dios tiene solamente cosas buenas planeadas para mí. Cualquier problema en mi vida viene del diablo, es obra mía, o simplemente es el resultado de vivir en un mundo caído. Mi Padre celestial nunca me ha hecho daño y nunca me lastimará. ESTOY SEGURO.
No estoy diciendo que no haya nada que aprender de las dificultades. La mayoría de ustedes leyendo este artículo han venido al Señor debido a alguna situación en su vida que les abrumó y les hizo acudir a Él en busca de ayuda. Esa situación no vino de Dios, sin importar los resultados. Fuiste tú quien acudió al Señor y la fe que pusiste en Él fue lo que cambió tu vida, no la dificultad en sí.
Si las dificultades y los problemas nos hicieran mejores, entonces todos los que han tenido problemas serían mejores. Los que tienen vidas más problemáticas serían los mejores seres humanos en el planeta. Pero no es así.
Permítanme ilustrar esto con una historia sobre mi hijo, Joshua. Cuando sólo tenía un año, yo estaba cargando madera en un camión grande, bajo el calor de un verano de Texas. Joshua estaba conmigo y lo estaba pasando en grande jugando en el aserradero. A media tarde, cansado y somnoliento, empezó a tomar una siesta en el suelo. Sabía que a su madre no le gustaría, así que lo metí en la cabina del camión para que se recostara y tomara la siesta.
Llevaba todo el día deseando subir al camión y, cuando lo metí dentro, revivió. Tuve que bajar las ventanas porque hacía calor, y Joshua se asomaba por las ventanas y me saludaba por los retrovisores laterales. Le dije que se acostara varias veces, pero no me hizo caso. Se inclinó demasiado por la ventana, se cayó de la cabina, se golpeó el ojo con el estribo y cayó de cabeza.
Corrí hacia él, oré por él y lo abracé hasta que dejó de llorar. Entonces le dije que por eso le pedí que se acostara y se durmiera, y que no se asomara por la ventana. Usé esa situación que le causó dolor, para enseñarle, pero si Joshua hubiera sido como los maestros de la soberanía de hoy, les hubiera dicho a todos sus amigos que su padre lo hizo caer de ese camión para enseñarle a obedecer. Tú y o sabemos que no fue así. Hice lo que pude para evitar que se lastimara, y procuré hacerle bien. Me dolería mucho si Joshua pensara que lo lastimé a propósito, y si tú eres padre o madre, seguramente tienes historias similares y entiendes mi sentir.
Del mismo modo, no creo que bendiga a nuestro Padre celestial que lo culpemos de todos los problemas que llegan a nuestras vidas. Claro, Él nos consolará cuando acudamos a Él en medio de nuestros problemas, pero Él no crea las circunstancias negativas que dañan nuestras vidas.
Dios es soberano en el sentido de que es primordial y supremo. No hay nadie más alto en autoridad o poder, pero eso no significa que Él ejerza su poder controlando todo en nuestras vidas. Dios nos ha dado la libertad de elegir. Tiene un plan para nosotros. Él trata de revelarnos ese plan e impulsarnos en esa dirección, pero nosotros elegimos. Él no elige por nosotros.
En muchos casos, son nuestras elecciones equivocadas las que nos traen el desastre. En otros casos, nuestros problemas no son más que un ataque del diablo. En algunos casos, son las fuerzas naturales de un mundo imperfecto las que nos causan dolor. Nuestras tragedias nunca son el juicio o la corrección de Dios. Jesús vino a darnos vida abundante. El diablo vino a robar, matar y destruir (Jn. 10:10). Nunca te confundas. Si es bueno, es Dios. Si es malo, es el diablo.
Esta es una doctrina fundamental del cristianismo que debe ser entendida correctamente si quieres ver la victoria en tu vida. Creer que Dios controla todo, hace que una persona sea pasiva. ¿Por qué orar y creer por algo mejor? Cualquier cosa que Dios quiera se cumplirá. Eso simplemente no es verdad.
El Señor es la respuesta a todos nuestros problemas. Él no es el problema.
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